Los cambios revolucionarios que produjo el maestro suizo francés en la arquitectura. Y sus polémicas ideas sobre la ciudad.
Allá por el año 1929, hace 90 años, el arquitecto más revolucionario del siglo XX pasó por la Argentina. Diría: casi sin pena ni gloria. Le Corbusier, como así se lo conocía a Charles Edouard Jeanneret (1887-1965) fue invitado a dar una serie de conferencias por la Asociación Amigos del Arte. Venía a predicar sus radicales ideas sobre la arquitectura y el urbanismo y también a venderlas. Pero la comunidad de arquitectos locales, todavía imbuidos de la estética del Beaux Arts (academicismo francés) o en su defecto en el estilo neocolonial, no le dieron bolilla. En ese viaje también visitó Río de Janeiro, Asunción y Montevideo.
De eso da cuenta un documental “Le Corbusier en el Río de la Plata, 1929”, realizado por Miguel Rodríguez Arias con la colaboración del historiador Ramón Gutiérrez.
Arias es bien conocido por los documentales que realizó dedicados a temas políticos como “Las Patas de la Mentira”, “El Nuremberg argentino”, “Malvinas, tumba de la locura”. Pero también ya ha incursionado en temas arquitectónicos, como el dedicado a “Jorge Sabate y la arquitectura de la justicia social”, “La vivienda social y sus protagonistas”, “Arquitectos alemanes en Argentina” y una de sus últimas producciones “César Pelli, un joven arquitecto”, recientemente emitido en la TV pública.
Para entender los cambios que incentivó Le Corbusier a partir de las primeras décadas del siglo pasado hay que pensar que en ese entonces dominaban las arquitecturas decoradas en los más diversos estilos, sean las diferentes variantes del Art Nouveau, el Neoclasicismo, o las infinitas mezclas que se hacían bajo el paraguas del Eclecticismo.
A esa forma de hacer arquitectura, Le Corbusier, fascinado por la irrupción de los aviones y el automóvil, le contrapuso una manera racional y funcionalista más cercana al diseño de esas máquinas. Y acuñó un manifiesto de cinco puntos para hacer una nueva arquitectura, apalancada ahora por las nuevas tecnologías cuya vedette era entonces el hormigón armado.
Estos puntos eran: 1) La planta baja libre sobre pilotes: Para Le Corbusier la planta baja era el lugar adecuado para el movimiento o estacionamiento del automóvil de uso cada vez más popular a la vez de permitirle separar las habitaciones principales de la humedad del suelo.
2) La planta libre: el reemplazo de los pesados muros de ladrillo como estructura resistente de los edificios por las columnas y losas de hormigón, le permite organizar la planta mucho más libremente.
3) La fachada libre: Como consecuencia del punto anterior, estructura del edificio y el cerramiento funcionan de forma independiente. Eso permite retrasar la estructura del perímetro del edificio permitiendo libertad en la composición de la fachada.
4) La ventana alargada: Esa libertad de la fachada posibilita reemplazar las ventanas clásicas pequeñas y verticales por grandes ventanas alargadas, mejorando la relación interior y exterior y posibilitando un mejor aprovechamiento del sol.
5) Por último, la terraza jardín viene a devolver la superficie de naturaleza ocupada por el edificio en forma de jardín, aprovechable para la recreación, en la cubierta. A la vez de mejorar la aislación térmica de la construcción.
Y hay otro elemento más que Le Corbusier usa en sus proyectos: la llamada ‘promenade’ arquitectónica, que a través del juego de escalera y rampa permite diseñar el recorrido del edificio. Es decir, tener control sobre la cuarta dimensión, el tiempo.
Todos estos puntos se pueden apreciar en la Casa Curutchet (1948) en Boulevard 53 entre calles 1 y 2, en La Plata, retratada hace unos años por Gastón Duprat y Mariano Cohn en la película “El hombre de al lado”. Ésta es la única vivienda que Le Corbusier logró construir en Latinoamérica. Y junto con el Centro Carpenter de Artes de la Universidad de Harvard, en los Estados Unidos, son las dos únicas obras del maestro en toda América.
También las escuelas Lenguas Vivas Sofía E. B. de Spangenberg (el Lenguitas) en el Parque Las Heras, de los arquitectos Kell-Casiraghi-Frangella, con los característicos “brise soleil” (parasoles) de hormigón utilizados para regular la entrada del sol; o la Manuel Belgrano en Córdoba (1960-71), de Bidinost-Chute-Gassó-Lapacó-Meyer, con escultóricos volúmenes y una gran rampa ubicados baja un fantástico patio semicubierto.
Otros casos notables, entre tantos muchísimos otros, son la Municipalidad de Córdoba de SEPRA (1953-61)y el Instituto de Previsión Social de Misiones, de Raúl Rivarola y Mario Soto (1959-64), obras que fueron siguiendo casi de forma dogmática los 5 puntos del manifiesto del maestro suizo francés. Pero más allá de estas obras que parecen marcadas a fuego por el lenguaje lecorbusierano, su legado conceptual está en casi todos los arquitectos de la segunda mitad del siglo XX y de lo que va de este.
Le Corbusier no solo revolucionó la arquitectura, también fue uno de los padres de lo que se denominó Urbanismo moderno. Ideología urbana y planes que desde su vista en el año 1929 quiso “vendernos” sin mucho éxito.
Su ciudad ideal hace tabla rasa con las preexistencias históricas y combina torres de oficinas en el centro con bloque residenciales en la periferia, dispuestos sobre un espacio verde continuo y conectados con autopistas.
Sus planes no prosperaron, en cambio sus ideas fueron la base con la que se planificaron muchas de nuestras ciudades. El Plan Regulador de 1962 y el posterior Código de Planeamiento porteño de 1977, que acaba de ser reemplazado por el nuevo Código Urbanístico, es deudor de aquellas ideas funcionalistas que redujeron el pensamiento de la ciudad a 4 funciones principales: Habitar, Trabajar, Circular y Recrearse.
El nuevo Código Urbanístico aprobado a fin de año, en cambio, propone volver a los valores históricos: la calle, las plazas, la forma y el paisaje urbano, y la mixtura de usos que garantizan la vitalidad urbana.
Fuente: Clarin