Fueron construidos a comienzos del siglo XX, con modelos franceses. Todos guardan memorias. Y secretos.
Los interiores suelen deslumbrar. Pero alcanza con mirarlos desde afuera para “viajar” a Francia por un ratito. Y no sólo por las fachadas imponentes y armónicas. El Palacio Estrugamou, de Retiro, por ejemplo, guarda en el patio una escultura que evoca a la Victoria alada de Samotracia (190 a.C.), que atesora el Museo del Louvre -aunque esta figura esté sobre la proa de un barco-.
laro que cuando uno entra en los palacios de “Buenos Aires, la París latinoamericana” -en visitas guiadas excepcionales, salvo que se los haya transformado en museos- puede trasladarse hasta allá incluso en el tiempo. Como encantado. El dorado y los caireles en el salón de baile del Palacio Ortiz Basualdo, sede de la Embajada de Francia desde 1939, son pasajes sin escala al de Versalles y a la vida opulenta en la corte de Luis XVI.
Es cierto que con la mansarda de ese edificio basta para evocar una tarde gris, coqueta pero más bohemia, a orillas del Sena. Pero el ex Ortiz Basualdo guarda, como la mayoría de sus parientes en la Ciudad de Buenos Aires, otras influencias de raíces europeas, menos obvias. “Escondidas”. Tiene inspiraciones inglesas, como la rosa emblema de los Tudor que decora el techo de su Biblioteca. Y hasta tiene influencias escandinavas: el modelo de su comedor fue el del, Noruega, construido en la primera mitad del siglo XIX.
Sucede que en los palacios porteños de las primeras décadas del siglo XX la combinación de estilos fue la regla. Otro ejemplo: el estanciero y médico Celedonio Pereda encargó el Palacio Pereda, hoy residencia del embajador de Brasil, con un modelo en mente: el Museo Jacquemart-André de París. Pero para emular los frescos que habían creado Tiépolo y sus hijos, contrató al español José María Sert, de quien había visto una muestra en el Museo Jeu de Paume.
Como sea, en la zona donde se codean las calles Alvear, Cerrito y Arroyo, y en Palermo Chico, otro de los rincones chic de Capital, no sólo hay palacios con este tipo de “secretos” sino tambiénpalacios “secretos” a secas. Entre estos últimos está el Palacio Lanús, sede de la Embajada de Polonia, que Clarín reseñó en esta nota GPS. Elegante y sobrio, fue construido en 1912 por el arquitecto porteño Eduardo María Lanús (1875-1940) -quien vivió allí- y por su socio Pablo Hary (1875-1946), según los planos que creó en Francia René Sergent, maestro del clasicismo.
Sergent marcó a la Buenos Aires rica y cosmopolita del Centenario aunque nunca la visitó. También diseñó desde allá, a la distancia, los palacios Bosch(residencia del embajador de Estados Unidos) y Errázuriz (Museo Nacional de Arte Decorativo), entre otras celebridades preciosas.
Conocidos y no tanto, todos los palacios de aquella época son una fiesta de arte. Y todos proponen un modo de visitar una Argentina que ya no existe. E igual sigue ahí.
7 palacios porteños:
1) Ortiz Basualdo. Fue diseñado en 1912 para los Ortiz Basualdo por el arquitecto francés Paul Pater -quien también creó el Tigre Club, actual Museo de Arte de Tigre-. Tiene rasgos marcados de, justamente, el academicismo de su país. Lo terminaron en 1918 y en 1939 lo compró el Estado francés para instalar su Embajada. En la década de 1970, cuando trazaban la Illia y la 9 de Julio, quisieron demolerlo. Pero la Embajada de Francia lo impidió. Por eso, para expertos, el palacio es un “monumento a la sensatez”.
Los mármoles deslumbran en el hall de distribución de la planta baja del Ortiz Basualdo. Policromados, provienen de canteras de distintos países y son similares a los de la chimenea de estilo renacentista que se encuentra en el salón de billar. El blanco de Carrara, el rojo de Bilbao y el amarillo de Siena son clásicos de las mansiones porteñas de principios del siglo XX. La boiserie -paneles de madera- le suma calidez al espacio.
Además del salón de baile con ecos de Versalles y de la rosa Tudor en la Biblioteca, esta mansión cuenta con un Salón de la Música, donde dibujos con trazos y motivos chinos decoran las paredes. Son marcas clave de la influencia del estilo de Luis XV. Está en Cerrito 1399.
2) Palacio Errázuriz. Atrae con la sobriedad del neoclásico francés de la fachada y con los rasgos suntuosos de los salones. El arquitecto francés René Sergent lo proyectó en París en 1911. Bajo la dirección de los arquitectos Eduardo Lanús y Pablo Hary, edificarlo llevó poco más de 6 años. Los materiales, salvo la mampostería gruesa, fueron traídos de Europa y la entrega se demoró -como ocurrió con el Palacio Bosch, que sigue más abajo- por la Primera Guerra Mundial.
Allí vivieron el diplomático chileno Matías Errázuriz, su mujer Josefina y sus hijos Pepita y Mato, entre 1918 y 1936. El matrimonio había pasado diez años en Europa, donde armó la colección de arte de ese continente y oriental que desplegaría acá. El Estado argentino compró el palacio en 1936, con la colección. Y un año después abrió el Museo Nacional de Arte Decorativo (MNAD). Con las contribuciones de esta institución, supera hoy las 6.000 piezas artísticas e históricas. Incluye, entre otras, obras de El Greco y de Rodin, miniaturas europeas únicas de los siglos XVI al XX, tapices y un reloj de bronce que fue un regalo de boda para Luis XVI y María Antonieta.
El Palacio Errázuriz tuvo influencias inglesas, además de francesas. La de la dinastía Tudor viste en parte al hall central, por ejemplo. Y también exhibe rasgos modernistas: los de la geometría potente de Art Déco, en una sala decorada, además, por el pintor catalán José María Sert.
El jardín, diseñado por otro francés, Achile Duchêne merece una recorrida aparte, como el del Palacio Bosch, que sigue en esta enumeración.
3) Bosch. También lo diseñó el arquitecto francés René Sergent en Francia. Aunque para gran parte de los expertos es una recreación perfecta de las mansiones francesas del siglo XVIII, algunos indican que probablemente el Castillo de Bénouville, de Normandía, construido por Claude Nicolas Ledoux, a quien Sergent admiraba, también lo inspiró. No fue barato ni fácil edificarlo. Cuando el palacio fue inaugurado, hace cien años, a la escalera señorial le faltaban pasamanos. Es que Ernesto Bosch, ex embajador argentino en Francia y después canciller, había hecho traer materiales y muebles desde París. Y, en el marco de la Primera Guerra Mundial, uno de los barcos fue bombardeado y hundido en el Atlántico. Volvieron a comprar las piezas pero, lógico, se demoraron.
El Bosch, con sus sellos franceses, estaba además en la línea de la arquitectura que se elegía en Washington a principios del siglo XX: imponente y sólida. Quizá por eso Robert Woods Bliss, entonces embajador de Estados Unidos, insistió tanto para comprarlo. Bosch le pidió más de $ 2 millones: el doble al menos de lo que valía, según cálculos del historiador Daniel Balmaceda. Y se lo pagaron.
El jardín de esta residencia, donde conviven la armonía del estilo neoclásico con las líneas simples y contundentes de aires Art Déco, amerita una nota GPS propia. Lo diseñó el paisajista Achille Duchêne, también en Francia, y lo materializó acá el maestro Carlos Thays.
Al Palacio Bosch, que integra el Registro de Propiedades con Valor Cultural del Departamento de Estado norteamericano, lo habitaron los presidentes estadounidenses en sus visitas a Argentina: Franklin Delano Roosevelt en 1936, Dwight Eisenhower en 1960, George H. W. Bush en 1994 y Barack Obama en 2016. Todos, homenajeados con placas.
4) Pereda. Lo encargó en 1917 el estanciero y médico Celedonio Pereda al arquitecto francés Louis Martin, aunque lo terminaría el belga Julio Dormal a mediados de la década siguiente. Pereda tenía un modelo: el Museo Jacquemart-André de París. De ahí, las columnas tipo corintias y cuerpo central cilíndrico. Su escalera de dos alas también contó con una inspiración clara: la del Palacio de Fontainebleau. Y sus techos, pintados por el catalán José Del Sert, son de leyenda. Desde 1945 es sede de la residencia del embajador de Brasil. En Arroyo 1130.
Tras la crisis de 1930, muchas familias vendieron los palacios porteños. La venta del Pereda fue un negocio mucho mayor que el esperado. Es que fue pagado con barcos de mineral de hierro, antes de la Segunda Guerra Mundial. Y cuando estalló el conflicto, los precios de ese metal se dispararon.
5) Fernández Anchorena. El edificio fue encargado por los Fernández Anchorena en 1907 al arquitecto Eduardo Le Monnier, formado en la Escuela de Bellas Artes de París e influenciado, en parte, por el Art Nouveau. En 1947 pertenecía a a la condesa pontificia Adelia Harilaos de Olmos. Allí la visitó Evita aquel año. Y allí le pidió consejos sobre qué hacer para convertirse en una noble del Vaticano. “Portarse bien, portarse bien”, fue la respuesta. Adelia donó la residencia al Vaticano y es sede de la Nunciatura Apostólica desde mediados del siglo XX. En Alvear y Montevideo.
6) Estrugamou. Fue construido entre 1924-9 para alquilar a inquilinos de alto poder adquisitivo, con aires y materiales -herrería, roble, mármoles- importados de Francia.
Lo edificaron los arquitectos Eduardo Sauze y Auguste Huguier por encargo del estanciero Alejandro Estrugamou Larrart, de Venado Tuerto, Santa Fe.
La entrada principal está en Esmeralda 1319. Pero la escultura que evoca a la Victoria de Samotracia, se ve desde la calle Juncal.
7) Lanús. Fue edificado en 1912 por el arquitecto porteño Eduardo María Lanús (1875-1940) y su socio Pablo Hary (1875-1946), según los planos que creó el francés Sergent. Lanús, quien junto con Hary adaptaba los planos de Sergent a las características locales, vivió en este lugar con su mujer y sus dos hijos. Luego se usó como hotel y en 1957 lo compró la Embajada de Polonia.
Tiene el techo de tejas grises, las hileras de ventanas con balcones chatos, las rejas que dibujan flores discretas y un patio amplio donde no cuesta nada imaginar un carruaje. Así que aún sin recorrer sus salones, entre mármoles y roble, resulta sencillo entender por qué la Municipalidad lo premió en 1915. En A.M. Aguado 2870, Palermo Chico.
Fuente: https://www.clarin.com/arq/