En 1924 el arquitecto norteamericano utilizó un nuevo sistema de construcción para construir una casa que, todavía hoy, sigue siendo objeto de estudio.
En la década de 1920, durante su estancia en Los Ángeles, Frank Lloyd Wright experimentó con un nuevo sistema constructivo que había investigado durante años. Utilizó bloques de hormigón a modo de mampostería para convertirlos en piezas capaces de generar luces y relieves. Con esta decoración, que interpretaba los grabados de los monumentos mayas y las culturas amerindias, adornó la fachada de una de sus obras más emblemáticas, la casa Ennis-Brown. Fue construida por encargo de Mabel Charles Ennis en 1924. Con motivo de su centenario, desde El Grito, hacemos un recorrido por su historia y arquitectura.
Enclavada en la cima de la colina Happy Hills de Los Ángeles, la fachada de estilo neomayista de la casa Ennis-Brown ha tenido más de 80 apariciones en nuestras pantallas, tanto en programas de televisión como en conocidas series y películas como Mulholland Drive, The Rocketeer, Rush Hour, Buffy the Vampire Slayer, Predator 2, Beverly Hills Cop II o Blade Runner, representando en esta última el hogar del personaje Rick Deckard.
La mansión es el broche final de una serie de cuatro viviendas en las que el arquitecto norteamericano puso en práctica el sistema de construcción que él mismo llamaba de bloques textiles y que empleó durante casi 40 años. Utilizó piezas de hormigón prefabricadas producidas in-situ mezclando la propia arena de la excavación con grava y granito. Esta mezcla se fundió a mano en moldes de aluminio para crear los bloques que, después, se entrelazaron con varillas de acero (lo que precisamente dio nombre a “las casas de bloques textiles”).
Su objetivo era mimetizar el edificio con su entorno. Desde la carretera se vislumbra como una enorme construcción hermética, tallada y masiva que se funde con la colina que la rodea y que recuerda a los laberintos que conformaban los templos de las antiguas civilizaciones mayas y aztecas.
En el interior, los sucesivos y espaciosos salones se conectan con los patios y terrazas, al mismo tiempo que enlazan entre sí. Se trata de un esquema de construcción lineal atípico en la obra de Wright, que solía recurrir a una planta cruciforme que representara la unidad doméstica.
Entre la casa principal y las dependencias del servicio se construyó una superficie de 576 metros cuadrados. La casa cuenta con tres dormitorios, tres baños y un aseo. El comedor, con una larga sala contigua y situado en el centro, es el espacio más grande. Los dormitorios y la suite de huéspedes, por su parte, se organizan alrededor de una larga logia. Además, posee una gran terraza desde donde se pueden contemplar unas espectaculares vistas de la ciudad.
Más allá de lo puramente arquitectónico, la casa Ennis-Brown destaca por su valor ambiental. La doble fachada de hormigón, unida con llaves de atado metálicas, consigue que la casa permanezca siempre seca resultando “fresca en verano y templada en invierno”, según relató el propio Wright. Forma parte del registro de lugares históricos del Departamento de Interior de Estados Unidos y fue declarada Monumento Nacional por parte de la ciudad de los Ángeles por constituir un símbolo del estado de California.
Desde que se construyó en 1924 para Charles y Mabel Ennis, la vivienda pasó por varias manos hasta que en 1968 fue comprada por Augustus y Marcia Brown. En 1980, la señora Brown donó la casa a la organización sin ánimo de lucro para la preservación de monumentos históricos Trust for preservation of Cultural Heritage. Fue entonces cuando se renombró como casa Ennis-Brown.
Unos años más tarde, sufrió graves daños en el terremoto de Northridge de 1994 y las lluvias torrenciales de 2005. Entonces fue vendida por algo más de cuatro millones de euros al multimillonario y filántropo de la arquitectura Ron Burkle, quien se encargó de continuar con la restauración que previamente había puesto en marcha la Fundación Casa Ennis.
En 2018 la puso en venta de nuevo, hasta que a finales de octubre de 2019 cayó en manos de Cindy Capobianco y Robert Rosenheck, fundadores de Lord Jones, una marca de cosmética de lujo basada en las propiedades del cannabis. Abonaron 16,2 millones de euros, la cantidad más alta pagada nunca por una obra del arquitecto norteamericano.