Los criterios que guiaron su puesta en valor. Las singularidades del edificio y los desafíos de la intervención.
Una frase del arquitecto catalán Antoni González Moreno Navarro calma la ansiedad del equipo multidisciplinario, vecinos y curiosos interesados en la intervención de la Confitería El Molino: “Cada edificio te dice qué es lo que quiere ser”.
Traducido al lenguaje del patrimonio, estas palabras significan que primero hay que conocer, luego resolver y por último, actuar. ¿Cuánto tiempo puede llevar este proceso? Pues lo que diga este edificio.
En realidad, la confitería reúne tres edificios. En 1904, Cayetano Brenna, un inmigrante del norte de Italia, construyó dos pisos. Poco después, incorporó otra estructura, la de Callao 32. Así, fue comprando lotes linderos con sus construcciones hasta sumar un terreno longitudinal que se adosa a la esquina por el acceso de Rivadavia 1815.
El arquitecto Guillermo García, asesor patrimonial de El Molino, se ríe cuando menciona la última idea de Brenna: pedirle a otro arquitecto italiano, Francesco Gianotti, que unificara los tres edificios, llegara a la altura de cinco pisos y agregara una torre cúpula a 75 metros. “Esto se lo pidió en 1915, para que estuviera inaugurado el 9 de Julio de 1916”.
Lo cierto es que Gianotti cumplió con el reto y lo hizo de una manera peculiar. Incorporó nuevas tecnologías constructivas, como el hormigón armado. Sin embargo, la falta de experiencia en su uso provocó patologías que se están resolviendo un siglo más tarde.
Como miembro del Centro Internacional para la Conservación del Patrimonio (Cicop) García investigó el edificio De los Inmigrantes, construido por la misma constructora que El Molino y el primero en el país en hacerse de hormigón, en 1911.
Allí, se encontraron con ciertas cuestiones de deterioro que tenían que ver con el desconocimiento del hormigón armado. Por ejemplo, una cuantía de hierro muy grande con poco recubrimiento.
“Son patologías intrínsecas de un hormigón muy resistente pero poroso, que se descascara fácilmente y va rompiendo la estructura. Esta patología está presente en toda la estructura del edificio que estamos consolidando”, explica el especialista.
A la estructura metálica original, “tipo Escuela de Chicago”, Gianotti le cargó hormigón encima para terminar más rápido. “El metal está debajo, y por arriba del tercer piso aparecen estructuras de hormigón fragmentarias, que no son todas. Entonces hay una parte de la azotea de hormigón armado y otra parte que es de metal del viejo edificio. También hay distintos metales que, a su vez, tienen diferente potencial”.
De la intervención actual participan una amplia variedad de especialidades, todas con conocimiento sobre preservación del patrimonio. Esto es el resultado de una iniciativa del Estado, que se propuso proteger sus bienes con sus propios recursos y a través de convenios con universidades y organismos interjurisdiccionales. Así, electricistas, albañiles y el resto de los gremios recibieron la capacitación necesaria.
Siguiendo los principios de la Carta de Madrid (2011) se evaluaron las condiciones del edificio y se dividieron las tareas según sus complejidades.
“El mayor problema que tuvo el edificio fue el abandono. Estuvo 21 años cerrado sin ningún tipo de mantenimiento ni cuidado. Estaba en un estado deplorable: inundado, con pérdidas de gas, sin luz y ocupado. Por ejemplo, el quinto piso tenía filtraciones al punto que el agua llegaba hasta el primer piso y la planta baja. Todo esto ocurrió durante más de dos décadas”, reflexiona García.
Los criterios de intervención de estructuras metálicas sostienen que no debería sacarse el agua sin un trabajo previo, porque entraría el oxígeno y esto las afectaría mucho más. Por este motivo, se convocó a un grupo de expertos subacuáticos que hicieron un estudio del estado de los subsuelos.
El resultado los llevó a comprar puntales telescópicos que los buzos debieron instalar desde el agua. El patrimonialista recuerda que “investigamos por qué entraba el agua, porque no era ascendente sino que venía por los lugares más insólitos. Nos dimos cuenta que en Callao y Rivadavia la vereda está ocupada por caños y pasadizos de todas las empresas posibles”, contó.
“Trabajamos casi un año y medio con las compañías, más el GCBA, porque en la esquina hay un sumidero que estaba roto. Hoy tenemos un ingreso moderado de agua -agregó- y hemos hecho una contención interior con bombas de achique, con lo cual ni bien ingresa un poco estas las expulsan inmediatamente”.
El tercer subsuelo, donde funcionaba un depósito de carbón, fue consolidado y cegado y se agrandaron sus bases. En el segundo subsuelo, en cambio, se encontró un histórico pozo de bombeo que tomaba el agua de las napas para hacer el pan dulce, de modo que ese vano será preservado como elemento histórico y convivirá con algunos servicios.
Uno de los aspectos fundamentales de la recuperación es la actualización tecnológica, abordada desde el plan rector. El programa establece categorías de locales de acuerdo a su valor patrimonial. De este modo, se clasifican espacios según sean de primer orden, segundo orden y tercer orden.
Los lugares deben conservarse inalterables en distintos grados o pueden refuncionalizarse, como es el caso de los que corresponden a la última clasificación. “Por esos espacios pasamos las nuevas tecnologías, luego de auscultar exhaustivamente los vanos y viejas ventilaciones. Los analizamos desde distintas dimensiones, discutimos las técnicas y avanzamos”, describe García.
Además, se analizó la incorporación de materiales nuevos que se basen en un uso racional. Por caso, se implementó climatización en base a VRV y el sistema lumínico es de LED, dispuesto según los principios de la Carta de Taxco, según la cual la iluminación de los edificios históricos no debe ser excesiva, sino más bien apenas destacada.
Mientras tanto, un grupo de arqueólogos trabajó sobre los usos del edificios, tamizando basura y recuperando elementos que serán exhibidos para que se pueda comprender el rol de la confitería en la historia del país.
De acuerdo con las expectativas del equipo interventor, a mediados de diciembre estarán terminadas las obras en la cúpula y a fin de año la fachada quedará liberada de andamios.
La azotea fue restaurada y allí se instalará un rooftop bar; un mensaje del propio edificio para disfrutar desde la altura la grandeza de la ciudad que lo cobija.