El legado del considerado como mejor arquitecto norteamericano del siglo XX, Frank Lloyd Wright, se extiende alrededor de los 500 edificios que diseñó a lo largo de su fructífera carrera, ocho de los cuales han sido declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco
La primera vez que escuché mencionar a Frank Lloyd Wright (Wisconsin, 1867-Phoenix, 1959) fue en una canción compuesta por Paul Simon en 1969 y que interpretaban Simon & Garfunkel como parte del álbum Puente sobre aguas turbulentas, uno de los más vendidos de la historia. La canción se titulaba So long, Frank Lloyd Wright, unos versos de homenaje al mejor arquitecto norteamericano del siglo XX, también como una especie despedida a su compañero de dúo, Art Garfunkel, que había estudiado matemáticas y arquitectura.
Unos años después retomé mi interés por la obra integral de este gran constructor que proyectó alrededor de 500 edificios y ocho de ellos fueron declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 2019: el Unity Temple en Oak Park (Illinois); la casa Frederick Robie en Chicago; la casa Hollyhock en Los Ángeles; la casa Taliesin en Spring Green, Wisconsin; la casa de la cascada (Fallingwater) en Mill Run, Pensilvania; la casa Herbert y Katherine Jacobs en Madison, Wisconsin; la casa Taliesin West en Scottdale, Arizona; y el Museo Guggenheim de Nueva York.
La Unesco destacó que todos ellos constituyen una muestra de la “arquitectura orgánica” concebida por el arquitecto norteamericano, que se caracterizó por su plan abierto de las construcciones, por difuminar los límites entre el exterior y el interior de las mismas, y por el uso innovador de materiales como el acero y el hormigón. Todo ello con el objetivo de satisfacer las necesidades funcionales de los que habitaran esos espacios, ya fueran viviendas, lugares de trabajo o de culto religioso o bien para ocio y actividades culturales.
Pero Frank Lloyd Wright no solo fue un gran arquitecto sino que también diseñó espacios interiores, fue escritor y docente, y se convirtió en uno de los arquitectos semilla que más influyó a las generaciones posteriores tanto en América como en Europa por su concepto innovador, original y atrevido. Le gustaba armonizar con el entorno natural en que construía sus casas, edificios o iglesias. Y eso tuvo su origen en los años de infancia y adolescencia pasados en la granja familiar de Wisconsin. Su contacto con la naturaleza condicionó en gran medida su concepto de la arquitectura por su exquisito respeto al medioambiente.
Uno de sus discípulos, Bruce Brooks Pfeiffer, en una monografía dedicada a Frank Lloyd Wright publicada en España por Gustavo Gili en 1998, recoge una cita del arquitecto que describe su concepto de lo integral: “una arquitectura que se desarrolla desde dentro hacia afuera en armonía con las condiciones de su ser, diferenciándola de aquella que viene aplicada desde afuera”.
Eso sí, a lo largo de casi siete décadas de vida profesional, Wright tuvo muchos registros y tipologías de proyectos: no residenciales y residenciales. Pero fueron estos últimos a los que dedicó su mayor afán, por mucho que entre los primeros cabría señalar el mencionado Museo Guggenheim, concluido en octubre de 1959, seis meses después de la muerte del arquitecto, y otros como el Larkin Building de Buffalo, el Unity &Temple en Oak Park o el SC. Johnson&Son Company Administration Building en Wisconsin. Entre los segundos destacan poderosamente La casa de la cascada (Fallingwater); su casa estudio en Oak Park, Illinois; o la casa Taliesin West en Scottdale, Arizona.
En esa prolongada trayectoria siempre le llamó más la atención pensar en diseñar residencias familiares, teniendo en cuenta en qué entorno se iban a construir y eso le llevó a reflexionar en 1908 cómo sería el porvenir de la arquitectura: “En cuanto al futuro, la construcción será más simple, más expresiva, con menos líneas y formas; más articulada y menos farragosa: más plástica, más fluida pero a la vez más coherente y orgánica”.
Lloyd Wright pensaba que la arquitectura orgánica que preconizaba debería tener algunos atributos: ser apropiada para el tiempo y el lugar donde iba a ser creada, de acuerdo con los estilos de la vida y las necesidades de las personas; usar los materiales y procesos disponibles en ese momento; y también ser vanguardista a la hora de hacer una planificación medioambiental, algo que él tuvo en cuenta con el diseño de las casas ‘prairie’, inspiradas en el paisaje de la gran pradera norteamericana.
De entre sus tipos de edificios quizá quepa centrar la atención en dos de ellos por ser los que mejor identifican sus señas de identidad como arquitecto. Por un lado, la casa de la cascada (Fallingwater), un encargo que le hizo en 1934 Edgard Kaufmann, su esposa y su hijo, que previamente había estudiado arquitectura con él en la casa Taliesin; y el Museo Guggenheim de Nueva York, un proyecto que le pidió Hilla Rebay en 1943 para albergar obras de la colección Solomon R. Guggenheim en pleno Manhattan, que concluiría tras muchos avatares en otoño de 1959.
En la segunda mitad de la década de los años 30, Frank Lloyd Wright diseño algunos de sus mejores proyectos: la casa Herbert y Katherine Jacobs en Madison, Wisconsin (1937); la Taliesin West en Scottdale, Arizona (1938) y previamente la citada Fallingwater, que se construyó entre 1936 y 1938, aunque el encargo tuvo lugar dos años antes. Cuando visitó la zona boscosa y conoció a Edgard Kaufmann, dueño de unos grandes almacenes en Pittsburgh, tal y como recoge Bruce Brooks Pfeiffer en su monografía, Wright le escribió una carta a Kaufmann para describirle lo que sintió: “la visita a las cascadas del bosque me impactó y una residencia con la música del arroyo está perfilándose en mi mente, cuando la lenga delineada la verás”.
El arquitecto reparó en dos elementos centrales del lugar, el arroyo y las cascadas con flujo continuo y pensó que la mejor solución es que el agua fluyera sobre el emplazamiento de la casa y poder admirar la flora y los árboles que la rodean y que ellos también formaran parte de la naturaleza. De ese modo logró dinamizar el espacio, gracias a unos grandes ventanales y puertas acristaladas que dan sobre las terrazas en cascada, lo que a su vez conforma una atmósfera protegida que fue otro de los logros en una casa de campo como aquella.
En la casa, estructurada en tres niveles, cada uno con su terraza, hay una escalera que permite llegar al estanque natural bajo la casa. El sutil fluir del agua rompía el silencio en un lugar idílico y de gran belleza natural. Y en esa experiencia de vivir sobre el agua que fluye está uno de sus hitos como arquitecto para que los usuarios de esa casa vivieran y se sintieran parte de la cascada.
Como en otros proyectos Frank Lloyd eligió piedras en la mampostería para la fachada pero también la usó en los interiores y cómo no la combinación de hormigón y acero que le ayudaron a fusionar forma y estructura. Los cambios de estación en esa residencia constituyen una experiencia única por lo que suponen de incorporar al hombre en una naturaleza cambiante, de la calma al dinamismo, en la que se observan los cambios de color y olor (del invierno a la primavera y del verano al otoño) en las colinas, árboles y arbustos de una zona tan boscosa como la de Mill Run en Pensilvania.
Y en la década siguiente recibió una petición para erigir en pleno Manhattan uno de los edificios más innovadores y escultóricos de Nueva York: El Museo Guggenheim, icono de la gran manzana. La baronesa Hilla von Rebay, conservadora de la colección de pintura no objetiva de Solomon R. Guggenheim le pidió en 1943 que pensara en un entorno arquitectónico que albergara obras de maestros como Kandisnky, Picasso, Léger, Klee o Chagall, entre otros, pero no sería hasta la década de los cincuenta cuando acometió el proyecto por las diferencias que tuvo con Rebay y con el nuevo director de la colección que sucedió a esta. La fase de construcción se inició en 1956 y concluyó en octubre de 1959, seis meses después del fallecimiento del arquitecto.
En su proyecto destacan varias cosas en un edificio diseñado para la Quinta Avenida de Nueva York. Por un lado, el uso del hormigón que confiere una potente estructura plástica, mientras que en el interior introdujo múltiples niveles hasta crear una atmósfera liberadora para el visitante, con un uso muy equilibrado de la cantidad y calidad de la luz natural o artificial, para observar de otro modo las obras de arte que allí se expondrían. Por otro lado, la rampa en espiral para ir subiendo o bajando de nivel en las diferentes plantas contribuiría a crear una armonía entre el contenedor interior y las obras maestras expuestas. Y, sobre todom llama la atención su ruptura radical con lo que hasta ese momento era el concepto arquitectónico imperante para el diseño de espacios museísticos, Wright optó por un edificio que fuera algo más que un templo del arte y que formara parte de un paseo por la pintura y la escultura, más abierto, como si fuera una prolongación de la ciudad en su ritmo cotidiano.
Fuente: https://www.elagoradiario.com/